(Por Albamo)
La temporada ciclística termina, me acomodo en mi refugio y empiezo a sentir el letargo que me llevará a hibernar hasta la Vuelta de San Luis, a lo lejos algo escucho de las Vueltas a Chiriquí y Costa Rica, pero la insípida participación Colombiana no es suficiente para sacarme de mi sopor, de repente me encuentro con unos Tweets publicados por Cobbles&Hills, y como impulsado por un resorte quedo de pie observando las imagenes de la Tercera Copa del Mundo de ciclo-cross que se celebra en estos días por las dunas de Koksijde.
Aun cuando brilla el sol y su majestad el Barro esta ausente, no impide que mi imaginación me transporte a los lejanos años del colegio, cuando para eludir las tediosas clases de matemáticas con mis compinches nos volábamos al cine del barrio. Allí, antes del matinée se pasaba “el Mundo al Instante” (para los muchachos esto es prehistoria), un noticiario producido en la extinta RFA (República Federal Alemana) con la actualidad Europea. Eso nos permitía admirar las proezas del los Hermanos De Vlaeminck (Eric triunfó 7 veces en el campeonato mundial de ciclo-cross, y Roger, quien también lo ganó, sería más conocido como Monsieur París-Roubaix por sus cuatro triunfos y 9 podios), quienes con el lodo a las rodillas y la bicicleta al hombro, nos recordaban el épico comienzo de nuestro ciclismo.
Es un ciclismo desconocido en América, algunos lo confunden con el de montaña o el bicicros, pero es diferente: la bicicleta es muy parecida a la utilizada en las pruebas de ruta con modificaciones para facilitar su tracción, evitar la acumulación del barro y los obstáculos elevados. Los nombres de los competidores nos son familiares, muchos forman parte de la legión de equipos del World Tour y el dominio casi asfixiante de los belgas en lo corrido del siglo, solo ha podido ser quebrado por el Holandes Lars Boom y el Cheko Zdeneck Stybar.
¿Pero por qué es tan atractivo? Son muchos los factores: se desarrolla sobre circuitos cortos con múltiples clases de terreno y obstáculos, su temporada discurre generalmente entre el otoño y la primavera convirtiendo sus recorridos en verdaderos lodazales, es la lucha del hombre contra la naturaleza, es la épica que hizo grande al ciclismo y que formó generaciones de aficionados.
¿Quién no preferiría pararse al lado de un circuito que los ciclistas recorren decenas de veces ante nuestros ojos, luchando, literalmente metro a metro, que sentarse frente al televisor a sufrir etapas por interminables horas esperando que aparezca la pancarta del kilómetro final?
Es una lástima que en nuestro lado del charco no haya germinado la semilla de este ciclismo, diferente, duro, grandioso y apasionante.