(Por Gustavo Duncan, ampliación del artículo de opinión publicado en el diario El País de Cali el sábado 27 de julio de 2013)
Aunque en febrero escribí una columna presagiando que Nairo Quintana podía ganar un Tour de Francia en unos cuantos años debo confesar que ni en mis mejores sueños esperaba lo que hizo en el pasado Tour. Para la edición de este año lo veía capaz de ganar una etapa y como logro máximo meterse en algún lugar entre el quinto y el décimo puesto de la clasificación general. Mi apuesta no era tanto por que lograra un resultado concreto sino que se mostrara como uno de los más fuertes en la tercera semana. Pedirle más a un ciclista de 23 años es un exabrupto. Por eso su segundo lugar en la general es de monstruo, de esos fenómenos del ciclismo que solo aparecen un puñado cada generación.
Solo unos pocos elegidos pueden mover cerca de seis vatios de potencia por cada kilogramo de peso corporal. Y son menos los que, además de tener cualidades físicas excepcionales poseen también una fortaleza anímica y una disciplina fuera de lo corriente. Cuando la cabeza es más débil que las piernas no hay campeón posible. Es la relación cabeza/piernas más que la relación peso/potencia lo que hace de Quintana un corredor extraordinario. Por algo su director Eusebio Unzue, el mismo de Induráin, dice de él que “nació aprendido”. Esta cualidad lo está llevando a convertirse en un héroe mundial. En los foros de los portales ciclistas de Europa y Estados Unidos consideran a Nairo literalmente como “el escalador ultra-mítico”, tocado por la genialidad de los “Elegidos”, que viene a rememorar las hazañas de los legendarios grimpeurs Coppi, Gaul, Herrera y Pantani; que llega para ocupar un lugar al lado de estos en el Olimpo de los Dioses del Ciclismo y alegrar el corazón de la gente con sus gestas.
Históricamente el ciclismo siempre fue el deporte de las clases más sencillas. Un deporte sacrificado, de titanes de la carretera que luchaban contra las adversidades para alcanzar la meta, y en los cuales el pueblo llano veía reflejada su propia vida. Quizás es por esto que Quintana es un héroe que enamora, con unos rasgos muy propios que van más allá de sus atributos como ciclista. Su apariencia es la de los débiles: pequeño, con una voz pausada, de origen campesino y rasgos indígenas. Sin embargo su forma de correr es la de un perfecto depredador. Sus ataques sobre la bicicleta son secos, aunque apenas perceptibles. Su mordida solo cede cuando sus rivales levantan el golpe de pedal. Es la venganza del más débil, del más humilde, que cuando el pavimento se empina tiene la oportunidad de alterar un orden natural que está en su contra.
Quintana tiene además la habilidad de no mostrar en su rostro ninguna sensación cuando se juega la carrera. Es el escalador impasible. Mientras sus rivales no pueden esconder como sus músculos hierven en ácido láctico él parece relajado, como si estuviera distraído viendo TV. Su mirada perdida hacia el frente y su mandíbula inmóvil ocultan una agonía que va por dentro. En el Mount Ventoux vimos cómo se vació hasta el último gramo. Los auxiliares de su equipo tuvieron que sostenerlo como a un moribundo cuando cruzó la línea de meta. No podía sostenerse de pie, apenas resollaba sobre el asfalto. Pero unos minutos antes, aun en carrera, el narrador de la televisión española se burlaba al comparar el rostro de sufrimiento de los demás corredores con su gesto impasible.
Cuando la humildad es un arma para desconcertar a rivales en apariencia más fuertes no es verdadera humildad. Es la soberbia de los débiles. Nairo parece humilde pero realmente es un héroe hambriento de dignidad. En una entrevista antes del Tour dejo boquiabiertos a los españoles. Dijo que no entendía por qué se quejaban tanto de la crisis económica, cuando en Colombia estábamos más jodidos y no teníamos tiempo para lamentarnos. También dijo que le molestaba quienes se hacían una idea de él como el típico campesino pobre de los Andes. Es cierto que eran pobres, pero nunca pasaron hambre, y sus padres regalaban frutas y vegetales a otras familias aún más pobres de Cómbita.
Está muy bien celebrar con la alegría que nos caracteriza uno de los mayores éxitos del deporte en la historia de nuestro maltratado país. Pero antes de lanzar las campanas al vuelo, dando como seguro un triunfo colombiano en la Grande Boucle en un futuro cercano, quizás sería conveniente aterrizar y caminar con los pies en el suelo. El que Quintana, Urán, Betancur... puedan tener opción de ganar un Tour de Francia dependerá mucho de que sigan progresando y aprendiendo, de la suerte (recordemos la mala fortuna de Mauricio “el lancero” Soler) y de los recorridos que presenten los organizadores de la prueba gala. El recién finalizado Tour tuvo un recorrido inusual que le venía como anillo al dedo a las características ciclísticas de Quintana. No es habitual que el Tour tenga dos cronos tan cortas y que solo una de ellas fuera totalmente plana. Tampoco que programe cuatro llegadas en alto de Hors Categorie y 1ª Categoría.
Ojalá sea verdad que la facilidad para la escalada y la sencillez de Nairo enamoraron a los franceses, para que ASO piense en el espectáculo que pueden brindar nuestros “escarabajos” en las carreteras de Francia a la hora de diseñar los Tours venideros. Por de pronto, para la edición del 2014 ya se habla de una etapa con tramos de pavés o adoquinado en la primera semana y una fracción cronometrada plana de unos 50 kilómetros en la segunda semana. Si estos rumores se llegaran a confirmar la épica de las montañas estará susurrándole al oído a Nairo Quintana, el escalador impasible.